Capitulo 3: Roger

¡Hola, youngers! Os gusta el apodo? Jajajxd ¿Qué tal estáis? Nosotras estupendamente.  Los exámenes ya se están acabando y poco a poco tenemos más tiempo libre, por lo que últimamente colgaremos los capítulos más rápido, cada dos semanas, supongo. Este es el tercer capítulo, va  sobre Roger Miller, un empollón maniático que puede que lleguemos a odiar. Sinceramente, hay tres personajes que nos pueden llegar a exasperar. Pero todo el mundo cambia, ¿o no? Quizá Roger al final nos de alguna sorpresa… O puede que no, jajajJ Esperamos que os guste^^

 

Capítulo 3:Roger

Abrí la taquilla y empecé a ordenar los libros alfabéticamente, odiaba que estuvieran desordenados, era una de las pocas manías que tenía. Bueno, vale, tenía muchísimas manías. ¿Acaso era culpa mía ser organizado y pulcro? Negué con la cabeza. En realidad la culpa era de todos los demás, eran ellos los que iban sucios por la vida, como si fueran vagabundos. Gente que no se peinaba, gente que vestía como si fuera un contenedor de basura, gente con rastas… No quería ni pensar que tendrían esos entre las rastas. “Piojos, clarísimamente”.  Aparté el tema inmediatamente de mi cabeza.  Cogí los libros de matematicas justo a tiempo cuando de repente sonó el timbre. Me quedé un segundo parado en el sitio, bastante incrédulo conmigo mismo,  eso nunca me pasaba a mí, yo siempre estaba sentado y con los libros preparados antes de que los profesores llegaran. Nunca había hecho tarde en mi vida. Aunque todo el mundo dijera popularmente eso de “siempre hay una primera vez, y una segunda” eso no iba conmigo. Para mí solo habría esa primera vez. Con eso ya tenía suficiente para los restos.

Caminé por el pasillo a toda prisa, es más, conté los pasos exactos: 24, cuando de repente vi una obscenidad. Dos chicos se estaban intercambiando saliva, los gérmenes de uno pasaban a la boca del otro. Los miré con repulsión. Muchos podían creer que yo era un tiquismiquis, pero aquello era totalmente antihigiénico, daba asco de ver.

-Perdonen, pareja de microbios- el chico y la chica se separaron y me miraron como si estuviera loco, los locos eran ellos. No sabían lo que sus actos podían provocar, como enfermedades bucales- Sería mejor que no hicieran eso. He leído en una revista médica que no es para nada sano intercambiar saliva con otro a no ser que esté vacunado. Tú- dije señalando a la chica- ¿Sabes si este de aquí se ha lavado los dientes? Porqué si no se los ha lavado, que sepas que estás en peligro de extinción por culpa de este “sus scrofa domestica”.

-¿Qué me has llamado, empollón de mierda?- me preguntó el chico.

- Veo que eres tan corto de miras que no entiendes que te acabo de llamar cerdo en latín.

- Mira niñato, que no se te ocurra volver a llamarme eso. Y no te vuelvas a acercar ni a mi chica ni a mí, ¡que te vas a cagar!- escupió al suelo. Daba honor a sus palabras. Era un completo cochino.

- Políticamente hablando, sería en todo caso defecar, no ir a cagar. Y no me hables con ese tono, muchacho, puedo hacer que te expulsen. Mi mejor amigo es el director.

- Penoso, chaval, me das pena- dijo el chico. La chica se rió por lo bajo. El sería un cerdo pero ella era una urraca, por la nariz que tenía. Seguro que se podía comunicar con los animales. Eso sería interesante para un proyecto de ciencias. Me lo apunté en  mi maravilloso cerebro.

- Brutus, vámonos, que me ha cortado el royo el menda de aquí- dijo con un acento extrañamente sureño.

- Tienes razón, Liss. – le babeó los morros con otro beso. Puagg. – Que te den, cara culo.

Suspiré. Si gente como esa andaba por el mundo, íbamos bien. Los observé mientras se marchaban y empecé de andar de nuevo. Mientras que llegaba a la clase, me paré un segundo en el buzón para las Universidades. Dentro de unos meses, al fin iba a salir de aquella cárcel para irme a la maravillosa Universidad, el momento que había esperado desde que tenía uso de razón. “Harvard, allí estaré” pensé con alegría. Estaba seguro de que me admitirían allí. Mis notas eran todas de matrícula de honor desde que iba a párvulos. Le di un beso a la solicitud y la metí en el buzón. Rápidamente cogí una toallita desinfectante y me la pasé por la boca. No me había acordado de que eso podía contener gérmenes, le emoción me había despistado, pero no volvería a pasar.

Llegué al  aula y llamé antes de entrar. El señor Peter ya había empezado a explicar el tema y toda la clase me miraba con ojos confundidos. Ellos también se habían dado cuenta de que era la primera vez que hacía tarde. Cuando el señor Peter me vio, solamente alzó la ceja izquierda, pero fue solo un instante.

-        -  Perdone, señor Peter. He tenido que excusarme un momento- estaba seguro de que me perdonaría.

-         -  No pasa nada, Miller. Pase pase.

Bingo. Aunque odiaba profundamente que la gente me llamase por mi apellido, el profesor Peter me había perdonado llegar tarde. “Eso es lo que tiene ser un empollón”, me dije para mí mismo. A los profesores, en realidad, les daba igual que llegara tarde o que no hiciera los deberes, ya me conocían. Sonreí a Peter para darle las gracias y empecé a andar para llegar a mi sitio, pero, repentinamente, tropecé con algo y me estampé contra el suelo. ¿Por qué siempre era tan torpe? Las gafas se rayaron por un costado al estar en contacto con el suelo. Maldecí en voz baja, ya era la cuarta vez que se me rallaban las gafas, siempre a causa de mi enorme torpeza y mi falta de equilibrio o de los empujones de algunos alumnos. Miré hacia arriba mientras todos los compañeros se reían de mi caída estrepitosa para ver con qué diablos había tropezados. Luego vi que era, era una pierna. Eso significaba que alguien me había hecho la zancadilla. Subí la vista un poco más para ver quién se había atrevido a hacerme esto, algo de lo que indudablemente me quejaría al director. Sin embargo, me quedé asustado al ver quién había sido. Creo que hasta la respiración se me cortó por un breve instante. Tragué saliva.

Chuck.