Capítulo 12:Roger
Estaba en el
pasillo, limpiando mis gafas; tenían una pequeña mota en el cristal. Fregué
poco a poco, con sumo cuidado, no fuera a ser que rayara el cristal. Puse las
lentes a la altura de los ojos; había quedado reluciente. Me sentí orgulloso y
me puse las gafas con una sonrisa. En ese momento me encontraba en el pasillo,
ya que me había prestado voluntario para ir a coger un libro que la profesora
se había dejado en su casillero. Entonces, me percaté de que olía raro, aunque
no sabía exactamente a qué. Empecé a olisquear por todas partes, y encontré una
especie de rastro del olor. Seguí el olor y vi donde terminaba. Parecía que
provenía del lavabo así que entré rápidamente, y vi que salía un débil halo de
humo por debajo de una de las puertas. Era imposible que fuera fuego; la alarma
ya habría sonado. Me fijé en que la puerta no estaba cerrada, así que sin
pensármelo dos veces la abrí, y me encontré a Chuck. Estaba fumando.
-¡Pero qué haces!-
comencé a chillar- ¿Estás loco? ¿No sabes que puede saltar la alarma, y que
puedes provocar un incendio? Quítate eso de la boca.- volví a chillar. A mí no
me daba miedo Chuck, bueno, puede que a veces, pero está vez era diferente. El
humo que desprendía su porro entraba por mis fosas nasales y contaminaba mis
pulmones. Podría tener cáncer incluso.
-Cállate, joder. –
dijo él con cara de enfadado. Intentó acercarse más a la pared- ¿pero qué
demonios?- y le dio una patada a la puerta para que se cerrara y así yo
perdiera contacto visual. Puse la mano, aunque me hice algo de daño y le miré.
No me iba a callar, mi salud estaba en juego. Entonces me miró, está vez más
enfadado aún.- Por tu culpa no me he enterado de nada, ¡joder! ¿A ti quién coño
te ha dicho que abrieses la puerta? Me das asco, friki de mierda.
-¿Enterado de qué?-
le interrumpí, no quería que siguiera su lista de insultos que tenía preparado
para mí. Además, ¿de qué me estaba hablando? Ese porro le había trastornado.
-De nada que te
importe.- se levantó de repente, tiró el porro al váter y tiró de la cadena
mientras me sonreía de repente.
Pasó por mi lado y
me apartó de un empujón. De poco que no me caigo al suelo, aunque lo dejé
pasar. Me giré en el momento por el cual salía por la puerta. En el lavabo se
quedó impregnado ese hedor repugnante, necesitaba salir de ahí, me estaba
ahogando. Medité un segundo. ¿Se lo decía a los profesores? Bueno, mejor lo
guardaba recelosamente como baza para alguna ocasión mejor.
Regresé al aula con
el libro de la profe y le pedí si me podía dejar lo que quedaba de hora libre,
y ella, evidentemente, me dejó. Iba a ir a la biblioteca, solo quedaba una hora
para irnos. La verdad es que hoy me apetecía regresar ya a casa, así que me
alegré al pensar que en una hora ya estaría en casa.
Entré en la
biblioteca con una nueva sonrisa. Observé mi alrededor, encantado; todo estaba
ordenado y allí había miles de libros con mucha información, que yo obviamente
estaba dispuesto a aprender. Me acerqué a la mesa de Grace, la bibliotecaria.
Era tan amiga mía que yo era el único que podía tutearla. Cuando carraspeé la
voz, Grace levantó la vista con el cejo fruncido, pero cuando me vio se le
cambió la cara.
-¡Buenos días, Grace!
¿Han traído ya el libro que pedí?- hacía dos días le había pedido que trajesen
un libro sobre el nombre de todas las estrellas. La profesora de biología nos
dijo el otro día que para final de curso, nos pensaba hacer un examen sobre las
estrellas, y yo ya tenía que empezar a estudiar.
-Oh, no, lo siento
Roger. Les llamé esta mañana y me dijeron que hasta la semana que viene lo no
traerían.- Grace se colocó bien la montura de las gafas mientras me respondía.
-Bueno… Esperaré.
Grace, ¿me recomiendas algún libro?
-Déjame pensar… Sí.
Hace tres días nos trajeron un libro sobre las propiedades de las rocas magmáticas.
¿Lo quieres?
-¡Sí! ¡Genial!
Muchas gracias, Grace. Por cierto, estás hoy bellísima.- le dije guiñándole un
ojo. Ella sonrió y me entregó el libro que me había recomendado.
Seguí mi camino y me
fijé que dos chicos me observaban; uno se partía de risa y el otro se había
quedado pasmado. Comprendí al instante que se reían de la manera en la que me
comportaba con Grace. Ellos la veían como una anciana milenaria cascarrabias, y
ponía la mano en el fuego a que no sabían su nombre. Verme guiñarle un ojo debe
de ser algo que no pase muy a menudo, por lo que veía.
Me senté en mi mesa
favorita; sí, tenía una mesa favorita. Pero era por el simple hecho que era la
única que estaba decente, sin pintarrajos ni suciedad debida al paso del
tiempo. Antes de ponerme a leer (que ya estaba tardando), inspeccioné una vez
más el amplio espacio que se extendía alrededor mío. En una mesa estaban la
chica que no se lava, la especie esa de hippie y su nueva amiguita, la chica
que se había sentado a mi lado en mates. Creía recordar que se llamaba Lauren.
Le eché una última mirada a la piojosa esa; me daba profundo asco pensar en
ella. Tampoco me había hecho nada malo, ella era hippie y ya está, pero no
soportaba estar cerca de ella. Desvié la mirada solamente unos centímetros. ¿A
quién me encontré? Al famoso Sam y a la preciosa Kimberly, la chica más
perfecta del mundo. Cuando sonreía era tres mil veces más guapa de lo normal,
su belleza era incomparable. Soñaba con que algún día me dedicara una de esas
sonrisas. Sacudí la cabeza; soñar despierto era algo que no iba demasiado
conmigo. Odiaba profundamente a Sam, bueno, a Sam y a la larga lista de chicos
que había salido con Kimberly. Estaba obsesionado con ella desde hacía por lo
menos un año, quizás algo más. Ella no era muy estudiosa, que dijésemos, no
entendía que hacía allí, hasta que lo descubrí con mis propios ojos.
Empezó a besuquearse
con Sam, desesperados, embebiéndose uno al otro, revoloteándose el pelo con
cariño y compartiendo kilos y kilos de saliva. Sentí una punzada de verdadero
celos en mi interior, deseé con todas mis fuerzas que Sam se atragantará con su
propia estupidez; porqué mira que era estúpido ese chico. Las dos únicas
asignaturas que le iban bien eran educación física y lengua, que eran las
asignaturas más fáciles. Me levanté impulsado por algún resorte invisible y
decidí cambiarme de mesa. Aunque no pude evitar mirarla por última vez,
imaginándome besándola (porqué era la única chica con la cual me arriesgaría a
compartir mi saliva), seguramente sus labios sabrían a fresa. Abrí el libro de
una vez. << Concéntrate, Roger, concéntrate>>, pensé abatido. Pasé
las primeras páginas sin ganas, sin mirar en realidad nada de lo que en esas
páginas había escrito. Luego, poco a poco, empecé a dejar de darle vueltas al
tema de Kimberly. Había perdido los estribos. Si mi padre me hubiese visto en
ese momento de decadencia me habría soltado un par de bofetadas. Entonces
empecé a pasar páginas interesado; lo de las rocas magmáticas era un suceso
natural que era magnífico. Estaba muy
concentrado en mi lectura pero unas risas me desconcentraron, venía de la mesa
de la hippie. <<Oh, como no>>, pensé, mirándolas malhumorado. Ella
y Lauren estaban hechas unas cotorras, no paraban de hablar y de molestar. Me
estaba hartando. Hice como de sifón y me observaron. Se callaron durante un segundo
pero empezaron a reír de nuevo. Yo, enfadado como estaba, observé a Grace para
que echara a esas niñatas de la biblioteca, pero Grace no se encontraba en el
mostrador. Seguramente habría ido a tomar un café. Maldecí en voz baja.
Entonces sentí una
voz carraspeando detrás de mí. Me giré con los nervios en la cuerda floja y me
encontré con Kimberly, que me estaba sonriendo. A mí. Kimberly me estaba
sonriendo. Me pellizqué disimuladamente el brazo. No, no estaba soñando.
-Hola.
No supe reaccionar;
el momento que había estado esperando por fin había llegado y yo, sin embargo,
era incapaz tan siquiera ni de pestañear. Kimberly dejó de sonreír.
-¿Estás sordo?- me
preguntó, a un metro de distancia.
-Eh, no, lo siento.
Hola.
-Ya sabes quién soy,
evidentemente, pero tú eres…?
-Mi nombre es Roger
Miller.- contesté, subiendo las gafas por el puente de la nariz.- Estudiante de
15 años y próximo estudiante en Harvard. Quiero licenciarme en…
-Eh.- interrumpió
ella.- Que te he preguntado el nombre, no tu vida entera.- me callé. ¿No era
eso lo que hacía uno al presentarse? Tendría que leer algún libro sobre
aquello.- Necesito que me hagas un favor.
-¿Los deberes? ¿Los
trabajos?
-No, nada de eso.
Algo más complejo.- Kimberly se acercó un poco más, aunque no lo suficiente
como para que pudiera oler su perfume.- Necesito que robes el examen de mates
para mí. Hoy, y me lo das esta tarde.
Por un momento perdí
el hilo de la conversación. Hasta que reaccioné. Por mucho que quisiese a
Kimberly, jamás de los jamases pensaba robar un examen. Nunca. Y además, ¿si
por algún capricho del destino decidía robarlo y me pillaban? Suspendería matemáticas, lo que haría que no
tuviese nota de honor, y eso quedaría en mi expediente y lo más seguro era que no
pudiese ir a Harvard y mis sueños y esperanzas se disolverían al igual que se
disolvía el alcohol con el agua, rápidamente. Kimberly seguía esperando la
respuesta. Pero en verdad, la respuesta ya estaba claramente decidida.
-Lo siento. Jamás.
-¿Por qué?- preguntó
ella, sentándose a mi lado. La miré; los labios los tenía apretados y sus ojos
brillaban. Estaba poniéndome cara de pena. O al menos, lo intentaba. Dar pena era algo que ella seguramente no
entendía.
-Porqué no. Lo
siento Kimberly. Búscate a otro. – y me giré, soltando el aire.
Entonces, con una
rapidez cuestionable, Kimberly me cogió por el hombro y me obligó a mirarle.
Toda la dulzura de su rostro había desaparecido.
-Mira, friki, vas a
hacer lo que yo te diga, ¿entiendes? No tienes otra opción.
-¿Por qué lo dices?
No pienso hacerlo.- respondí, dolido. Aunque estaba dolido porque ella también
me había llamado friki.
-Sabías que mis
padres tienen muchísimo dinero, ¿verdad? Y sabías que mi padre es un
benefactor, ¿no? Pues adivina. Mi padre conoce al director de Harvard. Son muy
amigos. ¿Y sabes qué?- dijo ella, haciendo una pequeña pausa para comprobar si
le seguía.- Con una simple llamada puedo hacer que jamás vayas a Harvard, por
muy listo que seas. Todo tu futuro se irá a la mierda y no podrás hacer nada
para impedirlo. ¿Vas a colaborar ahora?
-¿Y si me niego? ¿Y
si aviso de esto al director?
-Él no podrá hacer
nada. Mi padre es muy poderoso. Por mucho que el director te creyese, él es un
simple peón. Nunca podrá ayudarte.
En ese momento,
mirándola a los ojos, pude comprobar que realmente era mala. Era popular,
guapa, con un porte que ya querría cualquiera, pero era malvada. Al menos
conmigo lo estaba siendo. Jamás iba a robar un examen. Pero ir a Harvard era
más importante que cualquier otra cosa del mundo. Volví a mirarla; seguía
sonriendo. Cerré los ojos con fuerza. Un pequeño odio creció en mi interior, en
un recoveco de mi corazón. A partir de ese momento, odiaba y quería a Kimberly
a partes iguales. Su amor ya no ocupaba la totalidad de mi corazón. Estaba
compartido por el odio que empezaba a sentir por ella. Pero no tenía otra
alternativa. Tenía que colaborar.
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