Le di un beso a Sam
y me giré para ver a Chuck. Le sonreí y murmuró algo parecido a <<
tonta>>. Le saqué el dedo del medio, estaba segura de que aún estaba
interesado en mí, lo que le pasaba era que se sentía frustrado al verme feliz con
Sam. Y hablando de Sam, durante toda la hora que llevábamos, estaba en la
parra. Pestañeé y me arrimé a él para que se fijara un poco en mí, para que me
dijera lo guapa que estaba, que tenía suerte de estar con una chica como yo.
Era lo que siempre hacía, sabía que me gustaba sentirme especial, y por eso
siempre me adulaba y me piropeaba. Sin embargo, esta vez, únicamente me
acarició lentamente la mejilla derecha. Sus preciosos ojazos azules- que
combinaban con los míos- se encontraban distantes, pensativos, como si
estuviera viendo algo de otra galaxia. Estaba preocupado, y yo sabía el motivo.
El único motivo por
el que mi chico se encontraba así era el estúpido examen de matemáticas del
señor Peter, el que tenía a la mayoría con la cabeza en las nubes. Y tenía su
lógica, ese examen era muy, pero que muy importante. Si Sam suspendía, tendría
que dejar el equipo a falta de nota y dejaría de ser el quarterback.
Desgraciadamente, si eso llegaba a ocurrir, Sam bajaría de categoría en la
escala social y eso me afectaba directamente a mí. Yo tendría que dejarle, por
muy bueno que estuviese y por muy mono que fuese conmigo. Yo no me juntaba con
gente que no era popular, excepto Shon, claro. Él era mi pequeña excepción.
Sin embargo, yo no
quería que suspendiera. Era la persona más parecida a mí de todos con los que
había salido, y mira que era una larga lista. En el fondo, sabía que no duraría
demasiado con él, a pesar de todo, pero me encantaba estar a su lado, me
encantaba que me abrazara dulcemente con esos musculosos brazos, que me besara
con sus deliciosos labios. Era mío y de nadie más, y no quería perderlo. Me
sentía a gusto a su lado, aunque no fuese del todo sincera con él. Pensar en
perderlo me hacía sentir lástima. “Qué raro”, pensé. Yo nunca había sentido
pena por mucho a lo largo de mis dieciséis años. Quizás la razón por la que Sam
me daba pena era porqué se estaba esforzando mucho para aprobar. Y yo, en
cambio, no tenía que hacerlo. Tenía enchufe, y uno de muy gordo, yo era
intocable. ¿Por qué? Mi padre era un benefactor, donaba muchísimo dinero al
instituto, por eso no me hacía falta hacer nada, aprobaba seguro. Mi padre
siempre se enfadaba conmigo porqué decía que gracias a su ayuda, no hacía nada
en clase. Y llevaba razón. Mi padre siempre la llevaba. Yo, por eso, siempre le
respondía que me reservaba para la Universidad. Eso era una mentira,
evidentemente. Entonces mi padre siempre le pedía consejo a mi madre. Ella, por
su parte, como estaba siempre haciéndose operaciones quirúrgicas, no tenía tiempo
para mí y me lo compensaba dándome la razón.
“George, querido, ¿no ves que lleva razón? Ha
de guardar su inteligencia para la Universidad”, decía siempre mi madre.
“¿Pero ha de dejar de hacer los deberes?” preguntaba mi padre.
“Por supuesto, querido”, le respondía ella.
“Como tu veas, Mary”, y así mi padre terminaba siempre con la
discusión.
-Sam,
¿entiendes algo?- le miré, un tanto preocupada.
-Mmm…
No, la verdad es que no. Es todo tan complicado…
-Ya.-
suspiré abatida. Me lo temía.- Tranquilo, cariño. Sé que aprobarás.- le dije
mientras le despeinaba afectuosamente el pelo. Luego se lo atusé un poco,
mientras me miraba pidiendo clemencia para que le dejara tranquilo el peinado.
-Gracias
por confiar en mí, Kim.- me miró y sonrió. Satisfecho.
-¡Eh!
Sabes que odio que me llamen así.- me crucé de brazos mientras me soplaba un
mechón de la cara.
-Lo
sé, pero es que me encanta ver cómo te pones, tonta.- dijo con una sonrisa
socarrona.
Suspiré, poniendo
los ojos en blanco. Qué tonto. Sonreí.
-Lo
siento nena, he de prestar mucha atención a la pizarra.- me miró apenado. Bufé.
-Está
bien…
Sam me besó la mano
y se puso a escuchar la explicación del señor Peter. Yo saqué el espejito rosa
del bolso Gucci, uno de mis preferidos, también rosa. Des de que era una enana,
había sentido pasión por el color rosa, en todas sus tonalidades. Mi habitación
estaba tapizada con papel rosa. Mi funda del colchón era fucsia. ¡Hasta las
cortinas eran rosa pastel! Entrar en mi habitación significaba entrar en un
mundo de princesa. Si no estabas acostumbrado a ello, te escocían los ojos con
tanto rosa.
De dentro del bolso,
saqué también el gloss de color cereza u me puse otras tres capas. Debía de
llevar ya como mínimo unas trece capas. Junté los labios y los volví a separar,
ya estaba, perfecto. Besé el espejito mientras movía mucho las pestañas, y la
marca de mis labios me hizo sonreír. Sonreír de verdad. Me levanté un segundo
para coger un papel y limpié la marca. Froté solo un poco para que se fuera.
Luego pedí permiso para levantarme a tirar el papel, ahora sucio, y guardé el
espejito. La hora transcurrió leeentamente. En mi clase ocurrían pocas cosas
interesantes. ¡Es que solo éramos ocho! Y encima no iba ni con mis amigas, las
animadoras, ni con los chicos buenorros. La única animadora que venía conmigo
era Sasha, pero era bastante nueva y tenía que ganarse mi confianza. Me había
quejado de esto a papá, pero sabía que no tenía que hacerlo. Por qué si iba a
esa clase de ocho había sido por mi culpa. Le dije a mi padre que quería estar
en la misma clase que Sam y Shon. Deseo concedido. Lo malo es que éramos ocho.
Pero eso le había venido de perlas, al instituto. Antes de esta pequeña clase,
había cuatro líneas en mi curso. Pero había dos clases hasta con treinta y un
alumnos. Lo que habían hecho era crear una nueva clase, sólo que con bastante
menos gente. En fin.
Cuando me di cuenta,
faltaban solo tres minutos para que la clase acabase.
-Bueno,
espero que estén preparados para el examen del próximo día, ya que contará la
mitad de la nota del curso entero en mi asignatura.
Sasha levantó la
mano.
-¿Profesor
Peter?- preguntó mientras bostezaba.
-¿Sí?-
el profe enarcó una ceja. ¡Eh! Esa era mi especialidad.
-¿Podemos
llevar calculadora?- Sasha estiró los brazos por encima de su cabeza. El
profesor Peter suspiró.
-Ya
sabe que no. Alguna pregunta más.- al ver que nadie decía nada, empezó a
recoger las cosas.- Ya pueden recoger. Qué tengan un buen fin de semana.
Me levanté como una
bala, preparada para marcharnos, pero Sam fue un momento a preguntarle algo al
señor Peter. Me apoyé en la puerta con los brazos cruzados, impaciente. Por
delante de mí fueron saliendo uno por uno, des del odioso de Chuck, hasta la
penosa de la hippie. Los minutos pasaban y Sam seguía allí dentro. Bufé. La
paciencia no era una de mis virtudes.
Al fin, Sam salió
por la puerta.
-¡Al
fin sales! Ya pensaba llamar a la policía y todo.
-Qué
dramática.
-Lo
sé.- sonreí. Él no.
-Uff…
Voy a suspender.- Sam se frotó la frente con las yemas de los dedos, cansado.
-No,
no vas a suspender.- le pasé una mano por la espalda, intentando consolarle de
alguna manera.
Salimos del aula,
mientras Sam ponía su brazo encima de mis hombros, recostándose.
-Sí,
voy a suspender. El profe me ha soltado un sermón sobre la importancia del
examen. Y venga a decirme que le prestase atención. ¡Que se pensaba! ¿Qué
quería suspender a posta o algo? Claro que le prestaba atención.- dijo
gesticulando mucho con las manos.
-Bah,
tu pasa del profe. Sabes que no tiene razón. Hazme caso, cariño, sé que
aprobaras.- intenté tranquilizarlo. Sam me miró.
-¿Y
eso como lo sabes? ¿Por qué estás tan segura de que voy a aprobar?
-
Porqué.- le miré a los ojos con una sonrisa misteriosa.- Tengo un as en la
manga.
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