Capítulo 20: chuck
Nada más sonar el
timbre, había subido al tejado a despejarme un poco, como cada viernes.
Prefería quedarme allí en el instituto un poco más que volver a mi casa
directamente, donde mi madre y mi estúpido padrastro estarían dándole que te
pego, al igual que los anteriores viernes desde hacía un mes, más o menos. Definitivamente,
ahora mi padrastro era lo que más odiaba en el mundo, y mira que la lista de
las cosas que odiaba era bien larga. Delante de mi madre hacía como que me
quería, preocupándose por mí, interesándose en mis estudios, pero a mí no me
engañaba y en el fondo no le importaba lo más mínimo, y no me preocupaba una
mierda, por mi como si ese tío se moría delante de mí que no le tendería la
mano para ayudarle.
Desde lo alto vi
como el insti se iba despejando, cómo la gente desaparecía en cuestión de
segundos de mi vista, aunque no me acerqué demasiado al muro para poder
observar mejor, pues las alturas eran algo que no soportaba, me daban miedo,
sí, y me daban mucho respeto. Probablemente era lo único que me aterraba de
verdad. Por suerte, el insti estaba a una altura más o menos aceptable, no es
que fuera un rascacielos que digamos. Cuando vi que ya no quedaba nadie, decidí
que era el momento de bajar, pues si no el conserje cerraría y me quedaría
atrapado en el instituto durante un largo fin de semana y eso sería una
verdadera mierda.
Abrí la puerta de
metal oxidada y bajé hasta la segunda planta, dónde no había ni Dios. Todo se
había quedado completamente desierto en apenas unos diez minutos. Bajé las
escaleras, esta vez en dirección hacia la primera planta. Cuando iba por el
pasillo principal, oí unas voces
lejanas, de un chico. Decía algo sobre un armario, así que me metí en el aula
que tenía al lado, pues con las horas que eran, si el conserje o alguien me
viesen podría tener problemas graves. Por el cristal de la puerta vi que el
conserje se paraba a barrer delante de dónde me encontraba. Maldito viejo de
mierda. Que susto me había dado. Este tío estaba medio sordo, no se empanaba de
nada, así que lo más seguro es que ni hubiese escuchado a ese chico ni a mí. Al
conserje se le cayó un líquido verdoso al suelo, consecuencia de haberse dado
con la fregona al darse la vuelta, y ahora iba a tener que fregarlo, así que por
lo mínimo tardaría unos diez minutos en acabar. Maldije en voz baja, con la
tentación de aporrear la puerta hasta quedarme a gusto, pero no lo hice, claro,
ya que eso hubiera sido la imbecilidad del siglo. Tendría que esperar un buen
rato por culpa del viejo. Me giré y al principio veía una clase como otra
cualquiera, pero luego me di cuenta de que yo iba a esa clase, y entonces supe
dónde estaba: en la clase de mates. Recordé que pronto tendría el examen, y que
contaba una barbaridad para la nota final. Empecé a sonreír involuntariamente.
Estudiar no me importaba mucho, pero sacar un diez alguna vez no estaría nada
mal, y podría tener una excusa para que mi madre me dejara de incordiar de una
vez con mi “comportamiento”. Tal vez
podría robar el examen, total, seguro que estaba chupado. El profe era un poco
idiota, y conociéndole, estaba segurísimo de que habría dejado el examen en el
cajón de al fondo, eso sí, tenía llave. Un pequeño inconveniente. Me aseguré de
que la puerta quedaba bien cerrada, y por si acaso, levanté una silla y la
coloqué justo debajo del pomo, por si alguien intentaba abrirla y así me daría
tiempo de sobras de esconderme. Sonreí. Empecé a buscar por encima de la mesa
del profe, pero desde luego que allí no había nada. Abrí el primer cajón, mas
ya sabía yo que allí no había nada interesante, solo una grapadora, bluetack y
unos pañuelos usados convertidos en bolitas. Maldito marrano, que asco, ya
podría haberlos tirado después de usarlos. Intenté abrir el segundo cajón a
base de apretar con fuerza, pero sin la llave era algo complicado y difícil de
hacer. Le di una patada, quizás algo más fuerte de lo que quería, pero estaba
seguro de que en el pasillo no se habría oído nada.
- Vamos a ver, ¿te puedes abrir de una mierda
vez?- pregunté, cada vez más enfadado.
Toda mi rabia se
concentró en el cajón, hasta que, por fin, se abrió. ¡Sí! Era un puto genio.
- Chúpate esa, ¡joder!- me reí yo mismo. Sí,
patético. Aun así, estaba eufórico.
Pero, mientras le
daba vueltas a mi piercing de la oreja- señal mía de que estaba orgulloso de mí
mismo-, la bola se soltó de repente y se desperdigó por el suelo. <<Me
cago en la…>>, pensé, harto de todo, pero como si me estuvieran
criticando, me entró como una especie de alergia y empecé a estornudar como un
loco, no podía parar y mi cabeza me daba vueltas y vueltas. Tuve que sentarme
debajo de una mesa para amortiguar un poco el sonido, pues tan sordo no creí
que estuviese el conserje, y como no sabía si ya se había ido, era mejor
prevenir que curar. Pasé allí abajo como
unos cinco minutos, rezando- si, rezando, o un intento de ello, pues no había
ido a misa en mi vida- para que nadie me oyese, y para que si seguía el
conserje, para que su sordez hiciera su efecto y no se enterase de que allí
había alguien. Entonces, una vez que las congestiones hubieron pasado, vi la
bolita de mi piercing, a unos centímetros de dónde se encontraba mi mano. Me
arrodillé y me levanté algo bruscamente, y mi movimiento hizo que me chocara
con la mesa que tenía encima, y en ese momento, todo se fue volviendo negro,
mis ojos empezaron a pesar y sentí estar dando vueltas, me caí al suelo, justo
debajo de una mesa. La visión se me volvió más borrosa y no pude evitar cerrar
los ojos. El dolor me estaba matando. Entonces, perdí el sentido.
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